¿Por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos?

Existen personas muy sensibles a las cosquillas. El mínimo roce por ciertas partes del cuerpo les generan un sin fin de risas y movimientos involuntarios. Sin embargo, incluso las personas más sensibles no pueden hacerse cosquillas a sí mismas con las manos ¿Por qué?

Cosquillas es el nombre que le damos a una sensación que se produce cuando nos presionan o tocan ligeramente ciertas partes del cuerpo. Las zonas más sensibles suelen ser las axilas, las costillas, el cuello, las palmas de las manos, el paladar y las plantas de los pies. Por lo general, las cosquillas producen una risa agradable, forman parte de una especie de juego entre personas de confianza. Sin embargo, si se prolongan demasiado pueden ser muy desagradables, tanto que en la antigüedad podía ser usadas como método de tortura.

¿Cómo llegan las cosquillas a nuestro cerebro?

Como dijimos, las cosquillas son una sensación. Las sensaciones las percibimos con nuestros órganos sensoriales, en este caso la piel. Estos órganos están unidos a fibras nerviosas que se conectan directamente con el cerebro y son las encargadas de hacer circular la información recogida por el órgano. Esta información llega al cerebro y éste se encarga de interpretarla y de reaccionar de forma adecuada.

El cerebro en piloto automático

Lo que sucede es que a fuerza de tener experiencias similares nuestro cerebro pone el “piloto automático” y deja de prestar atención consciente a ciertas sensaciones. Por le contrario, lo que hace es predecir en base a experiencias previas qué tipo de sensación tendremos en ciertas situaciones. Un ejemplo de este “piloto automático” es cuando aprendemos a andar en bicicleta. Al principio nos parece muy difícil y estamos prestando atención a todos los detalles, al equilibrio, al pedaleo, al buen agarre, etc. Sin embargo, luego comenzamos a realizar estos mismos movimientos de forma automática. A partir de su amplia experiencia el cerebro sabe lo que debe esperar de determinados movimientos.

¿Y si falla la predicción?

Volviendo a la similitud con el andar en bicicleta, si sucede algo que no concuerda con lo que esperábamos, por ejemplo un fuerte viento lateral o una rueda desinflada, volvemos a tomar consciencia de los detalles para ajustar la acción. Quitamos el piloto automático y el cerebro comienza de nuevo a hacerse cargo activamente de la situación, volviendo a prestar atención a los pedales, al agarre del manubrio, al empuje, etc. O sea que la consciencia vuelve cuando se transgreden las predicciones del cerebro. Cuando las predicciones son acertadas, la consciencia no es necesaria porque el cerebro está pronosticando correctamente. Pero cuando algo cambia y la predicción deja de ser acertada interviene la consciencia.

¿Entonces puedo o no puedo hacerme cosquillas a mi mismo?

Ahí está el quid de la cuestión. El hecho que entre nuestros actos y nuestras sensaciones exista una relación predecible, nos impide hacernos cosquillas a nosotros mismos. Si nos tocamos las costillas en busca de cosquillas, nuestro cerebro anticipará la sensación que producirá ese movimiento y al no ser inesperada no nos generará risa. Se pierde el efecto sorpresa y por eso no aparecen las cosquillas.

La única forma de hacernos cosquillas a nosotros mismos sería si nuestros movimientos tuviesen un retraso de 1 segundo. Si utilizásemos un brazo mecánico que retrasa de un segundo nuestros movimientos, produciríamos el efecto sorpresa y tendríamos cosquillas.

La máquina de hacer cosquillas

Sarah-Jayne Blakemore de la University College de Londres, fue de las primeras personas en investigar el alcance  de las predicciones que realiza el cerebro. Una de las formas que encontró para burlar este mecanismo y poder autoproducirnos cosquillas fue construyendo un brazo mecánico que realizaba los movimientos con retraso. A través de esta máquina era posible engañar a la predicción del cerebro y reír sin depender de otros.

La máquina permitía a los sujetos mover una varilla que acariciaba con suavidad una pluma sobre la palma de su mano, a veces instantáneamente, en otros con un retraso de hasta 200 milisegundos. Resultó que cuanto mayor era la demora, más cosquillas producía la pluma, tal vez porque las predicciones del cerebro ya no coincidían con lo que la persona realmente estaba sintiendo, por lo que asumía que era «otra mano» la que guiaba la pluma.

Hasta que nuestro cerebro deje de predecir correctamente o hasta que no mejore la inteligencia artificial, seguiremos dependiendo de otro para reírnos con las cosquillas. Por suerte.


Fuente:
  • Eagleman,D. 2013. Incógnito. Anagrama (Madrid) . Recuperado el 12 de Julio 2018
  • Robson, D. Why can’t you tickle yourself? BBC. Recuperado el 12 de Julio 2018 de enlace